jueves, 3 de diciembre de 2009

Los medios, la inseguridad y Ricardo Fort

El tema central que ocupa los primeros lugares en la agenda mediática de la actualidad vuelve a ser la inseguridad. Desde los medios se apela al sensacionalismo y al shock emocional para presentar este problema social que, visto desde la perspectiva de los medios, tiende a acentuarse cuando el nivel de conflictividad política disminuye.

La “inseguridad”: una sensación?

Los medios de comunicación, en tanto comunicadores de información, tienen un papel fundamental en el armado de una “realidad” que van tejiendo a partir de esa información transmitida. El hecho de tener el el poder de seleccionar, editar, interpretar y emitir los hechos de la vida cotidiana, les otorga la capacidad de moldear la “realidad” en función de sus intereses.

Por “realidad” nos referimos a lo que en definitiva el consumidor de información interpreta como lo real, lo que pasa hoy y ahora en nuestro país. Como esa “realidad” es una construcción realizada por un medio de comunicación, puede en definitiva no ser “la verdad”. La realidad mediática y la realidad son dos cosas absolutamente distintas.

Dicho esto, podemos aplicarlo a lo que hoy parece ser el “principal problema” de los argentinos: La inseguridad. La pregunta en este caso sería: ¿Pueden los medios de comunicación generar sensaciones de seguridad y de inseguridad, variando la frecuencia de repetición de los hechos que generan esa sensación (asesinatos, intentos de robo, familiares llorando por la muerte de un ser querido)? La respuesta es evidente. Si.

Es decir, si un hecho, como puede ser el asesinato de una persona, no es mostrado por los medios, “la gente” no se entera del hecho (salvo algunos familiares y vecinos del lugar), y en su vida nada cambia. Si en cambio ese mismo hecho es repetido una y otra vez, el efecto que se genera es diametralmente opuesto. No resultaría entonces extraño que medios opositores a la política gubernamental tengan una frecuencia elevada de repetición de los hechos delictivos. Así se instala la “realidad” en las personas.

El éxito o no de la formación de la realidad de un medio depende también del receptor. Es éste último el que en definitiva tiene la decisión de dudar o no de esa “realidad”. Aplicar la lógica del razonamiento para detectar errores o falsos argumentos en el mensaje informativo debería ser un acto reflejo para defenderse de la mentira y de la manipulación. La única herramienta válida para analizar los niveles de delincuencia son las estadísticas. No podemos inducir niveles de delincuencia a partir de la realidad instalada por los medios.

Pero los medios no sólo se quedan en la formación de la realidad. El mensaje no sólo nos dice “que pasa”, sino que muchas veces viene cargado de opiniones que nos muestran “como resolverlo”.

Los hechos de violencia se repiten una y otra vez generando en las personas una sensación de inseguridad que lejos de conducir a las mismas a un clima de racionalidad, son llevadas a la irracionalidad emocional, y bajo ese estado suelen reclamar por medidas represivas, “mano dura”, para con las personas que por alguna razón cometen delitos.

Aislar el conflicto de la historia

Más allá de cual sea la frecuencia de repetición de un hecho delictivo en los medios de comunicación, y como cualquier hecho, en tanto consecuencia, tiene sus causas, las cuales deben ser analizadas si se quiere evitar que estos hechos vuelvan a ocurrir en el futuro.

El análisis que se observa en los medios de comunicación es superficial. En los mismos solamente se observan las consecuencias de los hechos, pero nunca se profundiza en las causas. Se aisla el conflicto de la historia, como si el problema de la delincuencia fuese un problema que surgió de la nada, como si no hubiesen culpables en la generación de una violencia y criminalidad que hoy afecta nuestro país.

Cabría preguntarse si la concentración de la riqueza que la Argentina vino padeciendo desde el comienzo del período de liberalización del mercado con la dictadura del 76, si la profundización de ese modelo durante los 90 con la privatización del estado, el endeudamiento externo, el cierre de miles de fábricas y el crecimiento de desempleo tienen algo que ver en la delincuencia.

Cabría preguntarse si no son los medios también culpables de la situación delictiva actual. ¿Que valores nos transmitieron durante todos estos años? Si se forma a una sociedad de manera tal que el hecho de “tener” es más importante que “ser”, ¿no es esperable que aquellos que no tienen, pongan en riesgo su vida y la de los demás por el simple hecho de “tener” algo? Es posible que el individuo que comete un delito valore más eso que roba que a su propia vida, que a su propio futuro.

La solución

Éstas son solo algunas de las preguntas que nos deberíamos hacer antes de salir a la calle a pedir represión y muerte, de pedir leyes duras y más policías en las calles. La solución “fácil” o de corto plazo, no existe. Desde este espacio tampoco creemos que el endurecimiento de las penas o la baja de la edad de imputabilidad tienen sentido alguno en la lucha contra la delincuencia. Los crímenes se cometen bajo estados emocionales muy fuertes que están lejos de la racionalidad o el análisis de riesgos, de las consecuencias futuras. Asimismo, poner más policías en las calles tampoco es una solución de fondo.

Si creemos que un nuevo mapa de medios, con comunicadores sociales que transmitan otros valores culturales, puede ayudar a cambiar la mentalidad de la sociedad. Las políticas de generación de trabajo con inclusión social que vayan generando expectativas de futuro en las personas son también pequeños pasos en la solución del problema de la delincuencia.

Pero no podemos pedir seguridad al mismo tiempo que defendemos la renta sojera. No podemos pedir seguridad y al mismo tiempo defender la concentración mediática. No podemos pedir seguridad y al mismo tiempo criticar la regulación del estado en la economía.

No podemos esperar seguridad, mientras desde los medios se imponga a Ricardo Fort como modelo de persona a seguir por el resto de la sociedad.